Fuera mercenarios de Colombia.

sábado, 23 de octubre de 2010

2007 / Colombia. Ríos de sangre.



Autor: Catalina Montoya Piedrahíta,
Medio: Prensa escrita y digital / Diario El Colombiano, Medellín, Colombia
Fuente: Entrevistas directas y archivo fotográfico de El Colombiano. 
            Índice de fuentes consultadas:
- Monseñor Germán Guzmán Campos y Orlando Fals Borda coautores del libro La Violencia en Colombia.
- María Teresa Uribe, profesora del Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Antioquia.
- María Victoria Uribe, antropóloga del Instituto Pensar y autora del libro Antropología de la Inhumanidad, consultado para el desarrollo de este texto.
- Jorge Mario Henao, médico forense, director del Instituto de Medicina Legal en Chocó, entre 1994 y 2000.


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Título: Ríos de sangre   
Fecha de publicación: 2007, Series El Colombiano.
Materia: Colombia, Derechos Humanos
Colección: Series El colombiano: 
Zona geográfica: Colombia
Fecha de los hechos: Desde 1996 se incrementa en todo el país esta práctica. 
Personas, organizaciones mencionadas: * Ver en Fuentes.



Ríos de sangre

Describe el uso que los escuadrones de la muerte hacen de ríos para deshacerse de los cadáveres.


Todos los ríos de Colombia, en aquellas zonas donde se manifiesta el conflicto, tanto el que se conoció como La Violencia, entre los años 40 y 50, como el que persiste hoy, arrastraron a los muertos corriente abajo y, en la mayoría de las ocasiones, los desaparecieron.


Los ríos desterritorializan a los muertos. Su permanencia en las aguas altera la identificación de los escenarios en los que se ejecuta el crimen. A esto se suman prácticas de autoridades que se encargaron de empujarlos para que no encallaran en sus poblaciones.


Desde la violencia de mitad del siglo XX los ríos fueron sangre. "Por ellos bajaron miles de cadáveres mutilados, maniatados, vestidos, desnudos, confundidos víctimas y victimarios (...) A orillas de las aguas se abría el vientre a las víctimas para que se hundieran".

El Atrato arrastró las víctimas del conflicto en Chocó y Urabá. La fotografía, que fue tomada en junio de 1997, muestra cómo los gallinazos se lanzan sobre los cuerpos cuando flotan.


La fotografía fue tomada sobre el río Cauca entre los municipios de Caucasia y Nechí, en 2002, en época de invierno. No se conoce la identificación del cadáver ni si fue rescatado en una de las poblaciones ribereñas.




 La intención de los armados de los últimos tiempos es desaparecer los muertos.

 En cada época los actores tuvieron motivaciones distintas.

 La práctica de ejecutar víctimas y tirarlas a los ríos data del siglo XIX.

 Desde hoy, y durante el próximo mes, EL COLOMBIANO intentará reconstruir la historia aún no contada de las víctimas que viajaron corriente abajo por los ríos de Colombia, en las zonas de Conflicto. En las riberas del Cauca, del Atrato, del Magdalena, del Sinú y del Catatumbo, sus madres siguen buscando y llorando.



"Dígame que mató a mi hijo, no importa, pero cuénteme dónde lo enterró, en qué fosa, que yo voy y lo busco y saco los restos".

-"No señora, nosotros no hacíamos fosas comunes. A toda la gente la tirábamos al río".

Esa fue la tercera vez que Ofelia Zuluaga se encontró cara a cara con Ramón Isaza desde 1997, cuando Ángelo Posada desapareció en Doradal, un corregimiento de Puerto Triunfo, a la orilla del Magdalena. La primera fue por esa misma época, tras muchos intentos de conseguir una audiencia con el jefe paramilitar más veterano de Colombia.

La segunda fue al final de enero, en un patio de la cárcel de máxima seguridad de Itagüí que improvisaron como auditorio, para que 20 madres les preguntaran por la suerte de sus hijos a los jefes desmovilizados de las Auc.

Cada una desfiló con la foto ante ellos, que estaban sentados al frente. Al final solo prometieron noticias de uno de los desaparecidos: Ángelo.

Así que la cita se arregló para el 7 de febrero. Ese día el recibimiento no fue en un patio sino en un salón. Ramón Isaza estaba sentado, Ofelia al frente.


-¿Qué pasó con mi hijo?

-No sé, pero el carro está y lo podemos devolver.

Algo hizo que se arrepintiera de decir la verdad, de eso Ofelia está segura. Hasta ahora nadie ha encontrado los restos de Ángelo, como tampoco los de Orlando*, que el 12 de octubre de 1996 no regresó a su casa. Su mamá y su hermano confirmaron el mismo día de la confesión de Isaza, pero en el piso 20 del Palacio de Justicia, que después de ejecutarlo hombres del Bloque Suroeste de las Auc lo echaron al Cauca.

El Magdalena, el Cauca, el Sinú, el Atrato, el Catatumbo... Todos los ríos de Colombia, en aquellas zonas donde se manifiesta el conflicto, tanto el que se conoció como La Violencia entre los años 40 y 50, como el que persiste hoy, arrastraron a los muertos y, en la mayoría de las ocasiones, los desaparecieron.

Hasta ahora es imposible saber cuántas de las víctimas de aquella guerra y de esta viajaron corriente abajo. Monseñor Guzmán Campos y Orlando Fals Borda intentan un cálculo de los asesinatos ocurridos en el país entre 1949 y 1958, con base en archivos parroquiales, en cifras de las fuerzas armadas, de juzgados, de alcaldías, de registros particulares y de notarías.

El total bordea los 180.000 muertos, pero de esos muchos no están contados: los inhumados en "cementerios ad-hoc" y los cadáveres devorados por los animales o arrojados a los ríos. "Casos hubo en que se logró establecer el número exacto de víctimas, pero el estado de descomposición impidió el traslado de muchos a las poblaciones, estableciéndose una diferencia entre el total y la cantidad que figura en los libros".

En épocas más recientes, las estadísticas siguen siendo el problema. El Instituto Nacional de Medicina Legal cuenta únicamente con un estudio realizado en el río Cauca, entre la zona industrial de Cali y el occidente de Caldas. Arrojó que entre 1990 y 1998 se practicaron 547 necropsias a víctimas de homicidio rescatadas del río.


Queda un vacío de información de lo que sucedió en los otros 41 ríos más importantes del país y sus cientos de afluentes. La historia la retoma el Instituto entre 2004 y 2006, con un reporte total de 118 cuerpos rescatados de fuentes de agua en todo el territorio nacional.

Agua para borrar

Ese 12 de octubre fue sábado. Orlando iba para la casa, donde vivía con su mamá. En vez de tomar el camino corto, pero de carretera destapada, se montó en el "chivero" de un amigo que prometió llevarlo gratis y sobre pavimento.

Iban por la vía que de Andes conduce a Tapartó, suroeste antioqueño, con un pasajero más. En el transcurso entraron a una finca. Ahí los interceptaron, amordazaron y en ese mismo vehículo los transportaron hasta Arepas, un predio entre Peñalisa y Bolombolo, a toda la orilla del Cauca.

Hombres del Bloque Suroeste de las Auc sospechaban que ese tercer viajero era un extorsionista. Pero los mataron a los tres. "Usted sabe, mi hermano estaba ahí y no podían dejar testigos".

Al amanecer del domingo las autoridades encontraron el carro, un Mazda, según recuerda Ernesto*. Estaba intacto, lo único que le faltaba era el radio. En ese momento lo asaltó un presentimiento que hizo que desde ese día, hasta hoy, se encomendara en secreto al ánima de su hermano, "como buen conversador con Dios".

El presagio de que Orlando estaba muerto lo movió a buscar de morgue en morgue, río abajo: pasó por Bolombolo, Anzá, Santa Fe de Antioquia y no lo encontró. "Un cuerpo, al ser lanzado al río, flota. Lo extraño es que ninguno de estos tres flotó"...

El problema es que los ríos borran las huellas. Sobre todo, porque desterritorializan los muertos. "Su permanencia en las aguas supone una alteración en la identificación de los escenarios en los que se ejecuta el acto violento", explica Medicina Legal.

A este fenómeno, que ocurre por la acción de la corriente, se suman prácticas de autoridades municipales que, en una época, se especializaron en fabricar varas largas de hasta cuatro metros, para evitar que los cuerpos encallaran en sus territorios.

De esto da testimonio Jorge Mario Henao, médico forense. "Me iba de Quibdó para arriba y me encontraba con que los inspectores de los municipios ribereños, cuando veían el cadáver que venía flotando por el Atrato, lo empujaban hacia la mitad para que siguiera su curso. Si el muerto volvía a la orilla, entonces el inspector de la población de enseguida hacía lo mismo".

Mientras tanto, la víctima seguía descomponiéndose, expuesta a la acción de los gallinazos y los peces, a la pérdida del tejido blando y al naufragio.

La corriente traiciona

"Mi otro hermano y yo, con cabeza fría, sí éramos certeros de lo que había acontecido", repite Ernesto, cuando se acuerda de lo que pasó hace diez años.

"Uno aduce que mi hermano y los otros dos fueron sometidos a rajarlos y llenarlos de piedras antes de tirarlos al río y que por eso no aparecieron".

Esa imagen de orilla no es nueva. Se remonta, incluso, a las guerras civiles del siglo XIX. La profesora María Teresa Uribe refiere un episodio.

Se trató de una acusación que se hizo en un debate en el Congreso, sobre arbitrariedades cometidas en la Guerra de los Supremos (1839-1842). Al denunciante le devolvieron la imputación: le dijeron que no podía hablar de "barbaridades", cuando él mismo había tirado 12 indios vivos al río Guáitara durante las guerras de independencia.

En los relatos de la violencia partidista de mitad del siglo XX la práctica se hizo mucho más frecuente. Monseñor Guzmán Campos dice que en Colombia los ríos fueron sangre. 

"Por ellos bajaron miles de cadáveres mutilados, maniatados, vestidos, desnudos, confundidos víctimas y victimarios (...) A orillas de aguas remansadas, se abría el vientre a las víctimas para que se hundieran en el fondo de los charcones".

Pero adentro, el río mueve, golpea, desgarra y traiciona: los muertos vuelven a flotar...

A diferencia de lo que se hacía Atrato arriba, Jorge Mario Henao se dedicó a recoger los cuerpos que pasaban por Quibdó. Venían desde El Carmen, Lloró, o los traía el Andágueda. También recorrió el San Juan desde Istmina hasta Pizarro, en límites con Valle.

"Notábamos que a algunos los querían desaparecer". Jorge Mario lo sabía porque llegaban sin vísceras y, en ocasiones, con suturas abdominales medio abiertas. 

Tal vez, se atreve a suponer, "los llenaban con algo pesado y los cosían, pero las piedras o los animales deshacían las puntadas y los gases acumulados en los tejidos los ponían en la superficie".

La intención de borrar era también evidente por la amputación de las falanges de algunos otros.

Enteros o eviscerados, los que atendió Jorge Mario en el Atrato y el San Juan fueron civiles en su mayoría y murieron de la misma manera: fuera de combate, con uno o dos tiros de fusil disparados desde muy cerca. Así como Orlando.

Botar basura

Su mamá esperó que regresara a tocar la puerta durante diez años. No se despegó de las emisoras radiales, no se deshizo de su ropa y al resto de los hijos varones los llamó desde entonces con el nombre del desaparecido, porque siempre lo tenía en la cabeza.

La agonía terminó el pasado 7 de febrero en el piso 20 del Palacio de Justicia de Medellín, durante la segunda sesión de la versión libre de Carlos Mario Montoya Pamplona (alias El Arbolito o Arnold), un desmovilizado del Bloque Pacífico, que desarrolló sus actividades delictivas dentro del Bloque Suroeste de las Auc.

Ernesto le pasó en un papelito una pregunta: que cuál armamento le había encontrado a Orlando si creía que era un guerrillero. El Arbolito respondió que ninguno, que había procedido siguiendo órdenes.

Ejecutar para después lanzar a los ríos es una práctica sobre la que se puede trazar un rumbo histórico de acuerdo con las motivaciones de los actores.

Según María Teresa Uribe, en el siglo XIX se buscaba castigar al enemigo y aplicarle dolor.

En el período de La Violencia, la intención, además del castigo, parecía ser la del escarmiento.

El propósito de desaparecer, en cambio, marcó el desarrollo del conflicto armado de las últimas décadas, en parte porque la desaparición forzada es un invento de la Doctrina de la Seguridad Nacional, que se inauguró en Latinoamérica con las dictaduras instauradas en los 60 y 70.

No hacía parte de la mentalidad de las chusmas y contrachusmas de mediados del siglo pasado, como tampoco los derechos humanos, promulgados en 1948, cuando aquí se vivía la más honda crisis.

Hoy de lo que se trata es de ocultarles a las autoridades las huellas del delito, en un contexto de Derecho Internacional Humanitario y de justicia penal internacional.

No hay exclusividad en cuanto a los actores. Guerrillas liberales, Pájaros y Chulavitas tiraron cadáveres a los ríos en los años 40 y 50. Farc, Eln, paramilitares, narcotraficantes y delincuentes comunes continúan haciéndolo.

Sin embargo las fuentes militares coinciden con las académicas en decir que la desaparición de las víctimas en los ríos es una práctica más usada por los grupos de autodefensa. A la guerrilla le interesa publicitar sus actos de guerra, no esconderlos. Esto se suma a la necesidad de salir rápidamente de la escena. La sevicia requiere tiempo.

En los procedimientos de unos y otros, además de una medida pragmática para borrar pruebas, se expresa una mirada del enemigo que la antropología intenta explicar.

"Los criminales deshumanizan a las víctimas. Al tratarlas por ejemplo de 'mis gallinitas', las feminizan, las minimizan. Y entre más chiquitas y más animales, menos problemas morales enfrentan para liquidarlas", explica la antropóloga María Victoria Uribe.

"Entonces, cuando a una persona la mataron como un animal, así mismo la tiran. Es como botar basura a un basurero".

Volver a la humanidad

Pero así como a la hora de la muerte los armados les borran a los cuerpos la condición humana, la gente de los pueblos ribereños, a la vez testigo y a la vez víctima del conflicto, intenta recuperarles el alma.

En Puerto Berrío y Puerto Triunfo, algunas familias les ofrecen a las tumbas de los NN devoción y cuidado a cambio de favores. Y en el momento en que los consideran concedidos trasladan los restos a los osarios y los bautizan con sus apellidos.

La última pregunta que Ernesto le hizo a El Arbolito fue si quería pedirle perdón a su mamá, frente a frente. A la mujer la hicieron pasar al recinto. Llorando, le dijo a Carlos Mario Montoya Pamplona que le perdonaba solo porque le había dicho la verdad sobre Orlando.

"Como ser humano, él también tiene su corazón. No aguantó y se puso a llorar". Ella salió del recinto y dieron un receso.

*Nombres cambiados por seguridad de las fuentes

Índice de fuentes consultadas
- Monseñor Germán Guzmán Campos y Orlando Fals Borda coautores del libro La Violencia en Colombia.
- María Teresa Uribe, profesora del Instituto de Estudios Políticos de la Universidad de Antioquia.
- María Victoria Uribe, antropóloga del Instituto Pensar y autora del libro Antropología de la Inhumanidad, consultado para el desarrollo de este texto.
- Jorge Mario Henao, médico forense, director del Instituto de Medicina Legal en Chocó, entre 1994 y 2000.

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